sábado, 13 de junio de 2009

un relato más

A ver si me sale.
Era un hombre que caminaba junto a otro hombre en la calle. Ella ya lo había visto venir desde casi la otra esquina. Dolores tenía la mejor visión de la situación. De frente a mi, de frente a los dos señores que caminaban debajo nuestro, por la vereda de enfrente. Nosotras, sentadas en la esquina de un bar, en la mesa que habia elegido, la más escondida, en la esquina más tibia. Ellos rondarían los 40 o 50 años, o en realidad no lo sabemos. Tendría que preguntarle a Dolores, para mi, todos los hombres con saco de paño escocés y sombrero haciendo juego rondan esa edad.
Estábamos hablando sobre el modo en el que cada uno tiene de narrar. Sobre la necesidad de algunas personas de escribir historias con un comienzo, nudo, desenlace y la imposibilidad de algunas otras de poder hacerlo. Como los relatos son fragmentos de lo que en algún momento pudo ser otra cosa. Dolores miraba por la ventana como los dos hombres se iban acercando cada vez más hacia la esquina más próxima. Me escuchaba y contestaba sin mirarme y sin dejarme de prestar atención. Sus ojos estaban puestos en dos personas que caminaban en la vereda de enfrente. Lo que me hizo descubrirlos por primera vez fue este sin mirar en los ojos de mi amiga. Ambos caminaban cuchicheando algo bajo el frio de la noche, una noche aún joven, aún no del todo noche.
Seguiamos hablando, un poco del todo distraidas, ya casi la conversación era incoherente y hasta automática. Los dos hombre al otro lado de la calle atrían nuestra atrención como ninguna otra cosa dentro de ese café. Esperabamos el momento en el que los hombres cruzaran la calle o, con más suerte, doblaran la esquina. Y no llegaban. Se quedaron parados observando. Entre la mitad de cuadra y casi la esquina. Observando. Sentían nuestras miradas expectantes, lo sabíamos y las dos callamos. Dejamos de hablar y nos miramos con miedo. No dudamos ni un instante. Seguimos mirandolos. Ellos buscaban a su alrededor a alguien. Perseguidos por nuestras miradas buscaron un taxi, la calle estaba desierta.
Nos preguntábamos qué era lo que nos llamaba tanto la atención de estos dos hombres. Si acaso su vestimenta fuera de lo común. Su sombrero tan extravagante. Su andar lento. Su manera de percibir las miradas. Si acaso nos veíamos reflejadas en ellos en un par de años. Si era mera curiosidad de escritor por saber de qué hablaban. No sabíamos. En ese instante sólo supimos que al levantar la mano para parar el único taxi que recorría las calles de Buenos Aires, a uno de ellos se le ocurrió mirar para arriba. Se sonrió y bajó la mano. Se subieron al taxi y partieron.

3 comentarios:

  1. Nunca mejor manera de contarlo. Esas cosas que merecen ir a parar a un cuaderno para no ser olvidadas. Y para que un día cualquiera tu amigo Titi (mi amigo Titi)tenga que resetear toda tu computadora por un virus y lo pierdas en la nada del mundo virutal. Y ahí llores, porque sea demasiado tarde.

    Gracias!

    Y si la letra está grande.... es porque todavía estoy viendo como queda. Ya lo agarraré un día de la semana para dejarlo óptimo.

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  2. me gusta mucho tu manera de contar historias.
    Esta tiene lo grande reflejado en cosas sencillas, desde mi punto de vista claro..
    eso me transmite el señor cuando baja el brazo luego de mirar hacia arriba.. la sonrisa.. todo un cierre!
    Besos,
    Vero.

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  3. Hola, me presento, soy Juank, casi todo en humilde blog, casi nada fuera de él. No sé cómo he llegado hasta acá pero, vaya suerte, me encuentro con un relato que despertó ideas en mí, una verdadera "obra abierta" diría alguien por ahí. Me gustó mucho esta forma, este relato que plantea una especie de meta-discurso, también diría alguien por ahí.
    Un abrazo, felicitaciones, para ser tan joven narras muy bien.
    A sus órdenes, si es que de algo puedo servir.

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