Doscientas personas esperando ser atendidas en el banco. Ni una más ni una menos. Doscientas personas con un papel en la mano que esperaban ansiosas su turno frente a una pantalla de dos por cuatro, con números colorados. Cada vez que la máquina emitía un 'tintun' (un tanto agudo y bastante molesto, por decir) las doscientas personas (luego la ciento noventa y nueve, las ciento noventa y ocho y así sucesivamente, se entiende, ¿no?) levantaban la cabeza esperando que su número salga sorteado.
Lara también esperaba. Muy bien no sabía qué. La noche anterior había dormido en la casa de la amiga del amigo ya que su compañera de cuarto estaba con una 'visita' (se comprende cuál era el sentido de la misma) y prácticamente la había echado. Y ella, para no romper la costumbre, acepto irse sin poner resistencia. Y a la mañana siguiente, sin siquiera preguntarle, la levantaron del sillón en donde dormía, para irse al banco.
De un minuto para el otro se encontraba caminando por las calles de Buenos Aires. Bajando por Corrientes, casi a la altura de Suipacha, se preguntó si lo pasaba bien haciendo todo lo que hacía. Ya casi llegando a Florida descubrió que, definitivamente, ya no le agradaba tanto vivir de esa manera. Ya no le parecía tan divertido caminar bajando por Corrientes a las once de la noche, sola y con un frío de morirse.
Para ser completamente sinceros a Lara ya le resultaba bastante pesado eso de tener que irse a ningún lado cada vez que Mía quería dormir acompañada. Como si fuera poco, Lara conocía a ese otro con el que Mía dormía noche por medio. Sospechaba quién era y ya la sospeche estaba comenzando a ser tal para convertirse lentamente (o no tan lento) en una seguridad. Sabía por qué debía marcharse.
Para ser completamente sinceros a Lara ya le resultaba bastante pesado eso de tener que irse a ningún lado cada vez que Mía quería dormir acompañada. Como si fuera poco, Lara conocía a ese otro con el que Mía dormía noche por medio. Sospechaba quién era y ya la sospeche estaba comenzando a ser tal para convertirse lentamente (o no tan lento) en una seguridad. Sabía por qué debía marcharse.
Él entraba en la casa con su propia llave e invadía todo con su perfume habitual, al que ella estaba tan acostumbrada. Sus ojos negros miraban todo con desdén y descubrían hasta las más mínimas desprolijidades de la casa y comenzaba a arreglarlas. Lara siempre odió que haga eso (sus des prolijidades y eran prolijas para ella). Siempre odio que todo fuera a su modo, una y otra vez. Todo en su orden, en su momento, de la manera que él quería. Comenzó a preguntarse si era feliz escapando. Si le gustaba esconderse para que él fuera feliz. (...)
[solo una idea. solo una idea]