viernes, 23 de octubre de 2009

Mía

Su nombre es Mía. Un nombre dulce en una persona amarga cual café sin leche y bastante cargado. Un nombre que no combina demasiado bien con su persona. Los hombre (y hasta varias mujeres) se enamoran de sus ojos grises, de su cabellera castaña de rulos pronunciados, de su nariz pequeña en su angulosa cara. De los labios grueso que pronuncian palabras dura en un tono dulcemente acido.
Pocas personas conocen a Mía como yo. Mía es una niña cruel (y me atrevo a decir niña, por que la conozco mucho más de lo que ella quisiera). Crece de cuerpo y su pensamientos siguen siendo infantiles. Se mete en una cueva pequeña hecha de miedos y temores que no quiere que nadie conozca.
Desde el primer día en el que Lara y ella se encontraron frente a frente en las vías del ferrocarril, Lara lo sabe. Lo descubrió con apenas pispearle el escote y los guantes que cubrían sus manos. Desde la primera vez en la que cruzaron sus miradas Lara sabía la verdad. Mía es muy cruel. Conoce a quien esta a su lado, como quien conoce a su enemigo. Se acerca agazapada esperando a atacar. Se acerca esperando el momento en donde su golpe sea más fuerte.
En donde el dolor sea más hiriente y las palabras sean sólo susurros en la noche. Los mira a los ojos. Los mira y recuerda el dolor que un día sintió. Recuerda y con sus finísimos dedos busca las palabras exactas en su bolso y comienza a escupirlas. Una por una. Una tras otra. Lentamente observa la manera en la que el otro se va a consumiendo en el mismo dolor, en la misma lastimadura; en donde ella juega con sus uñas esculpidas.
Mía definitivamente es cruel. Cruel como un rayo que interrumpe el día, durante el verano. Mía disfruta de su crueldad. Se aleja sonriendo mientras el otro llora de dolor. Mientras el otro grita pidiendo compasión. Se aleja lentamente con sus piernas largas y pies pequeños, mostrando una única sonrisa en su cara.
Lara y Mía se conocieron de la manera más extraña. Ambas esperaban a la misma persona en la estación de tren. Un muchacho igual a Mía. Igual a ella. Con un miedo terrible a lo que va a pasar. Un miedo increible al dolor. Un niño en el cuerpo de hombre que se niega a enfrentar la verdad. Al igual que Mía, él teme ser lastimado.
Y caminando lentamente por la estación de trenes es que llegó. Asi acercó sus labios a los de Lara. Unos pegados a los otros, en un beso apasionado para uno, de rutina para el otro. Lara se alejó. Mía observó sus guantes negros en sus finas manos y se sintió estúpida esperando a un hombre que besaba a otra. Cerró sus ojos, ya buscando las palabras exactas para dar el golpe. En ese momento él se le acercó y puso un dedo sobre sus labios. Le secó las lagrimas. Lara estiró su mano, esperando que él volviera. Mía le sonrió. Lara ya conocía a Mía. Sabía cuando ella sonreía. La había visto por primera vez apenas unos minutos atrás y ya la conocía de toda la vida. Lara caminaba lentamente, no sonreía. Lara había sido lastimada y se alejó sin más palabras. Era inmune al dolor.

2 comentarios:

  1. Me encantó eso de conocer a otra esperando a la misma persona. Eso nunca me pasó. Pero sí alguna que otra vez fantasee que la otra que conocía al mismo que yo conocía, iba a subir al mismo tren que estaba yo y que iba a descubrirme, como si en la frente yo llevara un cartel que dijera "soy la otra que conoce al que vos conocés". No sé. Cosas MÍAS.

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