martes, 12 de mayo de 2009

Cartas que nunca envié
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...Dudo que ella sepa como la admiro. Ella es más chica que yo. Bah! ni que fuera tanto, pero un par de meses menor hace que uno quiera decir que es más grande. ¿verdad? Por ahí es ese instinto de madre que (al parecer) tienen todas las mujeres. Parece, por momentos (y sólo en algunos y no en tantos) tan niña, tan tímida sin serlo, tan arisca hasta en los sueños.
Se sienta con los pies cruzados sobre una piedra de color morado a decirnos y a enseñarnos un sinfín de ideas con y sin sentido. Algunas con mucho y otras con nada. Otras que uno la deja decir, por que es divertido. Y otras en las que yo, personalmente, soy parte, por que a verdad que es bonito jugar con las palabras es lindo leer cuentos de hadas. (Y más lindo es si podés vivirlos)
Es una pequeña señorita en cuerpo de adulta, un tanto baja, un tanto alta, con trenzas hechas de lana de color azulado. Tan sabia esta niña que conocí entre pequeños retazos hechos de papel y tiza.
Y ella con su tren a la rastra. Con vaya uno a saber cuantos cuentos detrás, llego para comenzar a meterme en un mundo de fantasía que ella había inventado. Un mundo de fantasía oculto a los ojos de los intrusos. Lejos de las miradas curiosas y críticas del mundo que nos rodea..."

(continuará)

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