Entre sus tesoros más preciados estaba una pequeña moneda. La llevaba siempre en su mano izquierda colgando con un hilo de su muñeca. La agarraba de vez en cuando y jugaba con ella. La tiraba en el aire y la volvía agarrar. Lo hacía varias veces hasta que olvidaba por qué lo hacia. Hasta que olvidaba que lo estaba haciendo. El juego se volvía parte de él y no recordaba qué era lo que buscaba entre esos pensamientos. Se volvía sordo, ciego y mudo y desaparecía por un instante. Se hacía invisible a la ciudad.
Que esperaba que vuelva a jugar.
Yo hubiese agradecido en muchas ocasiones haber gozado de aquella capacidad para abstraerme con igual destreza. Y desaparecer, como no, de miradas, de palabras y de dedos que te apuntan directamente al alma.
ResponderEliminarPero no tengo a mano aquella moneda. Ni la tuve jamás.
Besos, Canela.
Mi tesoro equivalente al del texto es una púa de bajo triangular que llevo siempre colgada al cuello, a modo de aro, en una cartuchera, en el estuchecito de los maquillajes o simplemente suelta en el fondo de la cartera. Me hace recordar a alguien :) + ♥
ResponderEliminarConfieso que me había olvidado el nombre de tus blogs y me puse a buscarlos en la lista de blogs que sigo pero como era mucho trabajo, terminé entrando gracias a San Google. Es lindo volver a leerte :D (estoy con caritas como si esto fuera un msn).