martes, 26 de octubre de 2010

Lara es Mía.

De vez en cuando le pasaba. Se perdía del camino y se iba a algún lugar remoto a pensar. ¿En qué? En lo que fuera, con tal de hacerlo. Y fue unos de esos días que pasó. Uno de esos días snetada frente a un río color verde que le toco su espalda y le dijo "te ecnontré". Y sus manos se enroscaron el pasto húmedo y tironearon de él, sus pies se quedaron quietos y dejeraon de chapotear en el agua. Sus ojos se fijaron en un punto lejano del horizonte. No se dió vuelta. Sentía su mano en su hombro. Sentía como él le tomaba los cabellos y comenzaba a jugar con ellos. Ella tieza, dura cual piedra. No lo queria. No se animaba a gritar. No le salían las lágrimas.
Lara estaba oculta entre los árboles. Y él la había encontrado. Se acomodo a su lado y comenzó a contarle, sobre ella, sobre Mía, sobre su amor, sobre su odio, dolor, temor, pasión. Le contó en dos minutos (o por ahí más de dos horas) cosas que Lara no quería escuchar. Lara no lo oía, se secaba los pies con el ruedo del vestido, mientras con la otra mano lentamente soltaba el pasto de entre sus dedos.
"Y volví por vos" Lara lo miró, por primera vez de arriba a abajo. Se acordaba de él. Lo recordaba en todos sus detalles. En su altura, en su olor, en su color de pelo y de ojos. En cada una de sus facciones. En cada suspiro. En cada una de las palabras rigurosamente seleccionadas. Lara lo observó en el silencio. Agradeció el silencio previo al grito. Y se sonrió. Y Lara fue Mía.

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